Sin el Evangelio
Sin el evangelio,
todo es inútil y vano;
Sin el evangelio,
no somos cristianos;
Sin el evangelio,
toda riqueza es pobreza,
toda sabiduría locura ante Dios;
la fuerza es debilidad,
y toda la justicia del hombre está bajo la condenación de Dios.
Pero por el conocimiento del evangelio somos hechos
hijos de Dios,
hermanos de Jesucristo,
conciudadanos de los santos,
ciudadanos del Reino de los Cielos,
herederos de Dios con Jesucristo,
Por quien los pobres son hechos ricos, los débiles fuertes, los necios sabios, el pecador justificado,
los desolados consolados, los que dudan seguros, y los esclavos libres.
Es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen.
De ello se sigue que todo bien que pudiéramos pensar o desear se ha de
encontrar solamente en este mismo Jesucristo.
Pues, él fue
vendido, para recomprarnos;
cautivo, para librarnos;
condenado, para absolvernos;
él fue hecho maldición para nuestra bendición,
ofrenda por el pecado para nuestra justicia;
desfigurado para que seamos hermoseados;
Murió por nuestra vida; de modo que por él
la furia se vuelve gentil,
la ira apaciguada,
la oscuridad convertida en luz,
el miedo tranquilizado,
el desprecio despreciado,
la deuda cancelada,
el trabajo aligerado,
la tristeza convertida en alegría,
la desgracia hecha ventura,
la dificultad fácil,
el desorden ordenado,
la división unida,
la ignominia ennoblecida,
la rebelión subyugada,
la intimidación intimidada,
la emboscada descubierta,
los asaltos asaltados,
la fuerza rechazada,
el combate combatido,
la guerra combatida,
la venganza vengada,
el tormento atormentado,
la condenación condenada,
el abismo hundido en el abismo,
el infierno traspasado,
la muerte muerta,
la mortalidad hecha inmortal.
En resumen, la misericordia ha tragado toda miseria, y la bondad toda desgracia.
Porque todas estas cosas que debían ser las armas del diablo en su batalla contra nosotros, y el aguijón de la muerte para traspasarnos, son convertidas para nosotros en ejercicios que podemos volver en nuestro provecho.
Si podemos gloriarnos con el apóstol, diciendo: "Oh, infierno, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?", es porque por el Espíritu de Cristo prometido a los elegidos, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros; y por el mismo Espíritu estamos sentados entre los que están en el cielo, de modo que para nosotros el mundo ya no existe, aun cuando nuestra conversación esté en él; sino que estamos contentos en todas las cosas, ya sea país, lugar, condición, vestimenta, comida y
todas esas cosas.
Y estamos consolados en la tribulación, gozosos en el dolor, gloriándonos bajo la vituperación, abundando en la pobreza, calentados en nuestra desnudez, pacientes entre los males, viviendo en la muerte.
Esto es lo que deberíamos, en resumen, buscar en toda la Escritura: verdaderamente conocer a Jesucristo, y las infinitas riquezas que están comprendidas en él y nos son ofrecidas por él de Dios Padre.
Publicado originalmente por Tullian Tchividjian
Notas de Fe y Gracia